viernes, 3 de agosto de 2012

LA IMPOTENCIA DEL PERIODISTA DE HOY COMO CONTADOR DE LA REALIDAD

        Ejercer la objetividad es hoy una quimera, mantener en barbecho las emociones durante el ejercicio del periodismo hoy es una utopía. No obstante, la venerada profesión del periodista se parió allá por el siglo XIX como contador de noticias, descriptor de la realidad que, aunque tamizada por el prisma de la mente y el sentimiento del ser humano, sólo conducía a un camino que, era el único existente, el real..
           En este país que nos acoge, en este vetusto continente donde residimos, el espíritu del periodista como pionero para transmitir qué acontece a su alrededor resulta imposible en pleno siglo XXI. Ampararnos en los condicionantes de la pertenencia a un determinado grupo comunicativo o empresarial no debería ser la excusa para contribuir a la desinformación que la globalización del universo mediático ha hecho crecer brutalmente.
       El arraigo y la autocensura por la misma necesidad de conseguir el sustento que nos permita la supervivencia como ser humano han llevado al profesional del periodismo a un entramado con un andamiaje estructural que  convierte en un erial cualquier atisbo de veracidad en el ejercicio de su profesión.
       Hasta ahí, una certeza que no podemos obviar. Pero aún conscientes de esa realidad la desesperación pasa a inefable con la proliferación de los “asesores de incomunicación” y de conferencias de prensa tan inservibles como inútiles por amén del propio conferenciante.
                 En este siglo XXI, las redes sociales hacen caduca cualquier información a los escasos minutos de producirse, pero la locura en forma de impotencia para el periodista se está traduciendo, en estos tiempos de cambio de valores y principios, en toda una jornada de trabajo reducida a cenizas con una inusitada rapidez por la irrupción de un  comunicado o carta que lanza al traste horas y horas de lo que pasa a ser estéril trabajo. Hasta ahí también aceptamos.

             Pero que una comparecencia ante los medios quede inútil por no avanzar la información que sólo unos minutos pasará a ser la portada informativa real del día no sólo es inaudito sino que, deja al periodista con cara de eso que es un poco más que tonto.
                Si para más inri la “anhelada” comparecencia es de alguien con “potentes”, la sensación de bochorno, rubor y  ninguneo adquiere cuotas desorbitadas de impotencia que se unen a altas dosis de desaliento y desánimo en el periodista que cada vez hace más difícil discernir cuál es la única realidad.
      
         Y cada vez, cada día, con cada acontecimiento así diseñado, se hace más difícil mantener los únicos principios de la razón de ser de la profesión periodística.

Seguidores