viernes, 11 de enero de 2013

CONSTRUYENDO UNA SOCIEDAD INCÍVICA

          A vueltas con los continuos cambios en el programa educativo y pedagógico que aplicar a nuestra juventud se nos olvidan muchas cosas. El empeño de los mandamases por insertar en la formación de nuestros más jóvenes valores que sólo defienden o potencian determinadas ideologías o creencias, les lleva a olvidar un principio fundamental de convivencia: la educación social.

             Yo que crecí en el seno de la EGB no voy a elogiar los contenidos de un programa que disponía de muchas lagunas, sin embargo, reconoceré un mérito: la inclusión de dos materias: en una primera etapa educación vial y en una segunda ética.

          Recuerdo que eran “asignaturas marías”, que además aparecían como optativas y contrapuestas al estudio de la asignatura de religión (así funcionábamos todavía mientras el país amanecía a la democracia, algo muy similar a lo que sucede hoy y se sigue padeciendo en cientos de rincones de ese mismo país más de 30 años después); no obstante, esa EGB ofrecía el paradigma de unos modos de conducta que, aunque sólo fueran de forma sigilosa, proponían un mundo más sociable, una población solidaria, una sociedad más decente.

       Es decir, intentaba dotar a la sociedad de todo lo que carece este mundo que nos acoge y esta coyuntura por la que transitamos inmersa en pleno proceso de deterioro.

 
                 Actitudes como las de darse a la fuga después de provocar un accidente parece que se está convirtiendo en comportamiento habitual, en  una misma semana y en sólo 300 metros de diferencia he podido comprobar hasta dos sucesos similares, pero el colmo de la ira impotente que hoy me corroe es comprobar el destrozo de mi propio vehículo simplemente por los actos vandálicos de algún (algunos) personajes que encontraron la diversión de rallar y abollar un coche cómodamente aparcado en una vía pública.
        Que yo sepa, todo conductor está obligado a disponer de seguro en su vehículo y, por tanto, un simple golpe que para el que lo recibe supone un desastre, puede ser reparado sin más si quien lo provoca dispusiera de esa “educación vial” para asumir su culpa. Pero cuando el destrozo es por pura diversión o simplemente por la sinrazón como argumento, la ira se convierte en coraje y la mirada va más allá de un hecho.
          Vivir estos hechos en propia persona supone comprobar el declive de unas normas de convivencia que cada vez se aproxima más a la anarquía moral. Y de eso, no sólo tiene culpa el “salvaje” que me ha destrozado el coche sino todos los responsables de no inculcar el civismo que sólo las verdaderas sociedades adelantadas disponen y del que hoy por hoy este país, esta nación continúa adoleciendo en niveles extremadamente peligrosos

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