domingo, 10 de febrero de 2013

LA GUERRA DEL SIGLO XXI

              No hay duda, las peores decepciones son las que te ocasionan las personas. Aunque de esas decepciones somos solo culpables aquellos que creemos en la filantropía y creamos expectativas respecto a la buena voluntad del prójimo.
        Vivimos una coyuntura bélica. Tal vez no hay sangre pero sí hay muerte, hay destrucción. Y hay mucha, mucha desolación.
         Sólo hay que mirar alrededor y ver que la muerte se hace ya presente aunque someramente. Hay suicidios con tanta asiduidad que algunos han dejado de ocupar espacio en los med-com. Hay enfermos que  ven recortadas sus expectativas de vida por no recibir los oportunos cuidados. Y hay destrucción.  
       Se derrumba la posibilidad de disponer de una vivienda, se desvanecen las posibilidades de acceso a la educación y se destruyen por centenares diariamente los puestos de trabajo. Y eso supone que se está matando con total benevolencia  la posibilidad de obtener el sustento que permite a cualquier ser humano que habita esta sociedad el acceso a disfrutar de cada momento de su presencia aquí en busca de felicidad.
         Se desmorona el estado de bienestar pero se despejan caminos para los estraperlistas. Solo los depredadores saben obtener beneficio para extraer ventajas, a veces con el único fin de calmar sus pretensiones de soberbia y afán de protagonismo, aunque no podemos  olvidar su pasión por el dinero, casi siempre el único verdadero motivo de su implicación en la pelea.


               Son los que trafican con el dolor de la gente que sufre la injusticia amparados bajo el velo de “y yo más”. Son aquellos capaces de desgarrarse la piel en público y diseñar en privado el plan de beneficios a obtener.
       Son ventajistas que incluso vociferan desde ese púlpito que se vanaglorian de ocupar, consignas amparadas en la deslealtad, la insolidaridad…y la mentira.
        Pero se les olvida que las guerras no se ganan por enarbolar la bandera en una batalla. En un conflicto tan devastador como el que vive esta sociedad, la lucha es diaria y larga. La colaboración en ella se esgrime con gestos contundentes y no sólo con palabras o momentos sublimes.
        Participar en la guerra es saber dónde y cuándo has de gritar, es saber dónde y cuándo has de luchar y sobretodo es no utilizar al compañero de batallas como esbirro. Es saber descubrir al enemigo, pero sobretodo es participar en los combates a pecho descubierto con las manos limpias y sin mochilas de hipocresía.
 
        Es creer que sí se puede  y que la solidaridad abrirá nuevos caminos. Pero claro, los estraperlistas no ven el bosque porque en sus miras está únicamente el propio beneficio; aunque para ello tengan que convertirse en verdugos de su propia conciencia y esclavos de su propia cobardía.

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