domingo, 22 de septiembre de 2013

LA COSTUMBRE DE GANAR


      Resistirse al elogio del éxito es tan imposible como el poner puertas al mar. La tarea de domesticar la costumbre de ganar cuando el triunfo va unido de forma intrínseca al participar, sea por una superioridad innata o adquirida, es complicado. Muy complicado.
      En el deporte, casi como en la vida, el elogio crea personalidades nocivas para el propio ser. Ya lo dijo Sigmon Freud, “uno puede defenderse de los ataques;  de los elogios está indefenso”.  Una máxima que repetiría en “La insoportable levedad del serMilan Kundera, obra  donde queda retratada la fragilidad del ser humano ante el permanente halago.
      El éxito como meta ha perdido todo su valor en la sociedad actual si éste es fácilmente conseguido. En el deporte, la victoria deja de ser una aspiración sana cuando adquirirla pasa a ser costumbre.
      La selección española de baloncesto, después de un campeonato de Europa con exceso de irregularidades, con un juego espeso, un equipo desvertebrado y una dirección técnica muy limitada en recursos tácticos, se ha alzado con la medalla de bronce. ¿Y?.

      Después de dos oros consecutivos, las limitaciones de un equipo en fase de transición preveían dificultad para la consecución de metas mayores. Esa es la verdadera realidad, aunque sea  cierto que España se quedó fuera de la final tras una prórroga; pero no hubiera sido justo el baloncesto con ella si finalmente hubiera sido finalista. Las cosas como son.

      Sin embargo, observar la decepción generalizada por esta medalla entre los aficionados deja latente una vez más que el ganar, cuando se convierte en rutina, deja desprovisto de la posibilidad de la felicidad incluso a triunfos otrora dichosos.
      Aquellas generaciones que crecimos con el recuerdo del éxito que supuso la medalla de plata en el Europeo de 1983 y la plata del 84 de aquel memorable equipo capitaneado por mi siempre admirado Antonio Díaz Miguel en Los JJOO de Los Ángeles, y que vivimos  “solo” durante 16 años  el bronce europeo  de 1991 y la plata de 1999 hasta llegar al exitoso siglo XXI del baloncesto nacional, supone un maremoto de emociones recordar épocas donde la consecución de laureles era escasa pero…¡¡¡eran tan celebrados cuando llegaban!!!

     Nada queda hoy en el deporte de aquella máxima del Barón Pierre de Coubertin sobre que lo importante era participar. El profesionalismo ha invadido tanto esta actividad que no, ya no importa participar, ni tan siquiera importa ganar, lo importante es arrasar, aplastar al adversario, conquistar, impidiendo brotes de esperanza al rival cuan batalla de Atila se tratara.

      Tal vez las expectativas en algunos segmentos era mayor que el bronce conseguido por el combinado nacional en este Europeo de Eslovenia, pero también, tal vez el equipo y sobre todo esta siempre soberbia que impregna la sociedad de la que participamos, necesita batacazos como el experimentado recientemente en Buenos Aires en la elección de sede de los JJOO de 2020 o este bronce en Europa, para recuperar el principio de la humildad.  Quizás, solo si aceptamos nuestras limitaciones y aprendemos a perder, aprenderemos también el valor real  de ganar y la virtud de convivir con la crítica a igual manera que con el elogio.

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