Son
tantas los comentarios que ha originado
la Ley del Aborto de Gallardón las últimas horas que no pretendo con estas
letras sumarme a la marabunta de disertaciones que seguro están mucho mejor argumentadas
y razonadas que esta propia. Yo solo quisiera trasladar el pellizco emocional
que como mujer y como ciudadana de este país me provoca la involución que en la libertad de la mujer, en particular,
y en la sociedad, en general, supone
esta nueva ley. Una coyuntura en la que hay muchos, tal vez demasiados,
culpables, las mujeres también.
No
voy a lanzar únicamente aquí mi ira sobre el ministro de Justicia, el Gobierno
o el PP, la complicidad silenciosa de buena parte de la sociedad también es
culpable del hachazo que se está perpetrando a las libertades en pleno siglo
XXI en un país que se autodefine como ¿europeo y civilizado? (aquí también mis
dudas). La permisividad con que observamos una tras otra las decisiones
gubernamentales que representan el retorno a niveles de libertad social y
personal de décadas del pasado siglo XX ha pasado de preocupante a escandalosa.
Si
pasa en otros ámbitos no era de extrañar que, más pronto o más tarde, el avance
de la mujer en la sociedad también sería mutilado. El Aborto es solo una de las
decisiones que están liquidando el progreso conseguido por el sexo femenino las
últimas décadas. El siguiente paso será, como escuché ayer mismo en una de esas
tertulias radiofónicas a un personaje derechón-derechón (fachorra-fachorra), limitar
el acceso a la mujer al trabajo, posteriormente al estudio para acabar
intentando crear una generación de chicas que casi idolatren lo bonito que es
estar en casa, cuidar de la familia, visitar la peluquería y pasear por las
calles céntricas de las ciudades.
Sí,
juro que escuché ayer mismo que era “necesario en tiempo de crisis que la mujer
volviera a su papel en la sociedad: el de madre y esposa”. Ya que, según el
personajillo, la mujer era la principal culpable de la crisis económica “por su
empeño de estudiar, trabajar y robar así el rol del hombre”.
Exactamente
en esos términos fue su monólogo, lo recuerdo literal porque mi espanto fue tal,
que casi provoca que me estampara contra un semáforo. Claro, iba conduciendo,
otro de los “privilegios” que no sé yo si el tal personaje querrá limitar
también a la mujer,
Sí,
amigos, en pleno siglo XXI en una sociedad que se dice civilizada, un
determinado hombre lanza tales abruptos en una emisora de radio y
automáticamente la presentadora es incapaz de lanzarlo de una patada en sus
posaderas fuera del estudio.
Hace
pocos días tuve un impacto emocional similar, en este caso en la Universidad de
Derecho de Valencia y en el transcurso de unas jornadas sobre Mujer y Política
que, por cierto, magistralmente organizó AVAPOL y su presidente José Luis
Sahuquillo. El tema a debate en ese momento era la mujer en política y los med-com.
Pues
bien, una joven periodista que ejerce su profesión en la sección de política de
un periódico acaba su disertación alardeando ante los asistentes que ella había
“adaptado” e “imitado” las actitudes de compañeros (hombres por supuesto) para
hacerse respetar y que se valorara su trabajo. En este caso las palabras no son
literales pero el mensaje era éste aquí expuesto.
¡¡¡Horror!!!
¿Imitar al hombre para que te respeten como mujer?, Ahí la clave. Estamos
perdidas si para que se valore nuestro trabajo o nuestro rol social o
profesional tenemos que renunciar a nuestros principios, cualidades, valores e
incluso defectos.
Allí
me fue complicado controlar mi ira porque con esas palabras de una chica que
confesó acababa de cumplir los 30 años, me percaté que la lucha de centenares
de mujeres en los últimos cien años quedaba enterrada por actitudes como las de
la joven periodista, capaz de renunciar a muchos de los principios y valores
que lleva intrínsecos por el hecho de ser mujer para “entregarse”, por afán
personal o por ambición profesional, al desempeño de “imitar” al hombre
compañero.
Me acordé de la película Tootsie, aunque en
ese caso para triunfar Dustin Hoffman tuvo que adoptar el rol de mujer. Vale,
los papeles estaban cambiados pero la imagen que yo dibujé en mi cabeza fue
esa.
Esta
anécdota solo es un ejemplo, tal vez un grano de arena en este mapa social,
pero actitudes como las de esta chica hacen que ya exista nuevas generaciones
de chicas (no todas, jamás se puede generalizar), a las que eso de la defensa
por los valores de igualdad de la mujer en el mundo les quede tan lejos que ya
no respetan.
Solo por el respeto a ese pasado como mujeres
deberíamos seguir con la defensa desgarradora del sexo femenino en la civilización del siglo XXI porque el
otro rol (el adaptarse al hombre) lleva a que sea un hombre el que se apropie
incluso de nuestro útero (artículo de Julia Otero en EL PERIÓDICO: “Fuera de mi útero, señor ministro!)