Dice la canción de Joaquín Sabina que “al lugar donde has
sido feliz no debieras tratar de volver”. Constantemente he sentido esta frase desde el
temor de creer que pudiera ser realidad la afirmación, porque siempre hay un rincón donde es inevitable
viajar en busca de paz. Todos tenemos una guarida en forma de ciudad, calle,
paseo o paisaje. En la canción de Sabina ese recoveco era Macando, sí Macando,
uno de los inexistentes lugares que la literatura ha convertido en refugio
soñado y eterno.
Nostalgia de Macando, de vivir un 23 de abril y de una
ciudad donde siempre ser feliz este día:
Barcelona.
Todo aquel que ha
paseado alguna vez bajo el sol de un 23 de abril por la Ciudad Condal no puede evocar esta jornada sin recordar el
aroma de las rosas, anhelar el bullicio de la gente y soñar con callejear para ver
libros y libros aquí y allí. “Llibres per tot arreu”.
La fiesta de la literatura, ese arte que utiliza como
instrumento la palabra, es una de las celebraciones más simbólicas y
entrañables que ha creado el hombre, y todo ello a pesar del consumismo que la envuelve,
los intereses que la intentan envilecer y su utilización interesada por algunos
deshonestos personajes.
Sin embargo, hay detalles que pellizcan el corazón y
reunidos en pedazos diseñan la vida, porque como decía el gran Gabriel García
Márquez “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla”.
Y yo hoy recuerdo los momentos solo soñados pero fuertemente
vividos en emoción desde el vuelo de la imaginación que la lectura convierte en
realidad. Añoro esos paisajes que jamás he pisado pero he visto con el alma
encogida por unas letras, he vivido romances que no experimentaré en absoluto,
he llorado con adioses que nunca serán eternos y he sonreído con ironías que
destruyen los más pesimistas presagios...