Superada
la época de exagerada nostalgia que representan las Navidades, ahora, con la
llegada del cierre a todo un año, toca reflexión. Pero, en contra de lo que
indican algunos psicólogos, este cambio no siempre representa una alteración
del estado anímico, más bien, en determinadas coyunturas, es todo lo contrario,
e incluso engrandece el sentimiento de morriña.
La
psicóloga Miriam González de Pablo describía así hace unos días la, muchas veces, pesada época navideña: “es
una época de gran actividad emocional, Nochebuena y Navidad son los días que
tienen un mayor componente familiar y de morriña, el fin de año tiene un
carácter más introspectivo y supone un momento de evaluación personal, de lo
que se ha hecho, se ha conseguido y hacia dónde queremos ir. Finalmente los
días previos a los Reyes Magos son jornadas de ilusión”.
Resulta
curioso que sea en una época definida desde el consumismo y diseñada por
valores religiosos, la que exacerbe las emociones incluso en las personas más
escépticas.
Las
ausencias se transforman en dolor en la época navideña. Por razones reales o
subjetivas, los adioses son más dolorosos cuando miras alrededor y en el hoy
divisas la falta de ese ayer. Puede que, incluso no fuera perfecto en su
momento pero, todos sabemos cómo los recuerdos, con el paso del tiempo, son tan
selectivos que hasta tienden a catalogar de maravillosos, algunos ratos vividos
con angustia.
La
imagen del ayer siempre es en color y las ausencias por todas esas personas
queridas que, bien marcharon con la parca o bien, eligieron otros senderos
donde caminar, inevitablemente provoca dolor.