Ya
están aquí. Su llegada se anuncia de forma estruendosa desde los albores del penúltimo
mes del año, las luces inundan las calles desde hace días y los muñecos de Papa Noel suben
por casi todas las fachadas de infinidad de edificios y casas en el centro de
la ciudad y en los barrios, donde hasta hay guirnaldas colgando desde los
balcones.
Sí,
señoras y señores, estamos inmiscuidos en las fiestas navideñas. En la radio se
empecinan en programar los mismos villancicos que canturreabas desde niño, la
televisión prepara su cartelera con la emisión de las mismas películas y los
mismos especiales de cada año…, de todos los años.
Y
tú, si eres de ese 44% de la población a la que no le gusta o le pone triste la
navidad (según estadísticas publicadas esta misma semana) comienzas a sentirte
enojado ante tanto empalago festivo.
Te
irritas a cada sonidito de recepción de washap en el móvil de personas de las
que no sabes nada desde hace meses (eso si tienes suerte, porque los hay que aparecen
ahora con videos, emoticonos y buenos deseos, pero que no se han dignado a
saludarte en ese mismo terminal desde las pasadas fiestas navideñas).
Te
alteras porque la cola del supermercado está repleta de carros abarrotados de
comida que tu estómago te impide ni tan siquiera probar.
Te
enfadas por no disponer del dinero que te “exige” el materialismo intrínseco
que acompaña esta época extremadamente consumista.
Estás
descontento con casi todo y con casi
todos, incluso con la gente que más amas. Ansias la soledad de tu habitación (único
refugio antinavideño), porque hasta la casa está inundada de guirnaldas y
figuritas de belén que engatusan a los más pequeños.
Todo
está envuelto de una “felicidad” que te mantiene durante quince días furioso.
Sobrevivir a las fiestas navideñas sin entrar en la melancolía, la nostalgia o
la depresión se convierte en un ejercicio de supervivencia personal.
Pero
hay que hacer esfuerzos. Hay que buscar motivos, inventar ilusiones y disfrazar
tu personalidad del cinismo necesario para resistir con diáfana salud mental
las próximas dos semanas.
El
primer match-ball arranca hoy con las cenas de empresa.
Si
a veces es difícil compartir mantel con compañeros con los que te resulta
complicado vivir el día a día sin descontrolar tus nervios, mucho peor es no
tener compañeros por no disponer de un puesto de trabajo o tener de único
colega laboral a un pc que es tu único fiel servidor en la búsqueda de un
puesto laboral digno.
Mientras
estás asimilando el vacío en tu agenda de la noche de empresa y en la ciudad y
alrededores los comensales se reproducen en miles, aquellos que no tienen el lujo
de disponer de un puesto de trabajo, preparan su cena en soledad, sin risas,
matasuegras ni música de fondo.
Pones
la televisión para desinhibirte y ¡pam! te topas en ese preciso instante con la
noticia del día en todas las cadenas: “hoy todos los restaurantes de la ciudad están
repletos de cenas de empresa”. Y aquí estás tú, en tu casa, con un puré de
verduras y contemplando la lluvia desde la ventana.
De
repente, se vislumbra un incipiente dolor de cabeza, así que, sin apenas acabar
el día 16 decides que lo mejor va a ser irse a dormir directamente sacrificando
incluso esos minutos de lectura que, ya en la cama, se convierte en tu mejor
compañía para llegar a los brazos de Morfeo.
Ya queda menos. Se inicia la cuenta atrás y con
suerte, mañana habremos superado el primer match-ball.
BONA
NIT!!