El fútbol es ante todo pasión y por
tanto, irracionalidad. Sin embargo, esta realidad no debería hacernos olvidar
que, a pesar del mercantilismo, los intereses económicos, los lobby
periodísticos, etc. el fútbol es un deporte y el deporte tiene unos valores de
respeto que están envileciéndose con demasiada ligereza en los últimos tiempos.
La Carta Europea define el deporte como: “Todas las formas de
actividades físicas que mediante una participación organizada o no, tienen como
objetivo la expresión o la mejora de la condición física y psíquica, el desarrollo de las relaciones sociales
o la obtención de resultados en competición de todos los niveles”.
No es
baladí la inclusión en la definición europea de la frase “desarrollo de las relaciones sociales”, porque inevitablemente ésta
lleva implícita la divulgación en la práctica deportiva de principios como el
respeto, la honestidad, la convivencia, la educación, normas de ética y civismo
tan necesarias en esta irracional sociedad del siglo XXI.
Sin
embargo, analizar hechos que acontecen cada jornada en nuestro fútbol demuestra
que la intransigencia y el fanatismo han convertido la pasión y el lícito
forofismo en una exaltación de emociones insensatas, irrazonables e
inadmisibles.
Los
últimos días han ocurrido algunos hechos que me han llevado a sentarme hoy ante
esta pantalla para vomitar la impotencia ante tanta intransigencia y compartir
contigo, amigo lector, una reflexión.
Acepto
que el fútbol no existiría sin rival, que el enfrentamiento es necesario, pero
ello no significa convertir al contrincante en enemigo y a la confrontación en
batalla.
Hoy
Quique Sánchez Flores, entrenador del RCD Espanyol, ha tenido que pedir perdón
por elogiar a quien es el mejor jugador del mundo, por abrazarse al final del
partido donde su equipo era derrotado a futbolistas rivales.
¿Qué nos está pasando? ¿Pedir perdón por “herir”
a aficionados pericos furiosos y ofendidos por saludar al rival?
Quique
es un profesional, tal vez no sea perico de corazón pero seguro que cada
derrota es un mazazo profesional porque, entre otras cosas, supone un pequeño
fracaso personal del grupo que dirige y del que él es máximo responsable.
Con
más de 35 años en el fútbol como futbolista, comentarista y entrenador, Quique
fue el domingo un ejemplo de deportista. Sufrió un duro varapalo deportivo, reconoció
la inferioridad de su equipo, asumió sus errores, pero, en ningún momento perdió
ningún valor ético por felicitar al
rival, abrazar a futbolistas del equipo contrario o elogiar al mejor jugador en
la historia del fútbol.
La
prensa moderna, esa que lejos de ser instrumento informativo para la sociedad
ha degradado el periodismo hasta niveles preocupantes de ausencia de deontología
periodística, ha abierto campañas indecentes y vergonzosas en contra del
entrenador españolista por ser elegante y caballeroso en la derrota.
No es
el único que ha padecido la mezquindad de forofos confundidos entre el amor a
unos colores y la pertenencia a la religiosidad de un equipo de fútbol y la
aplicación de valores educativos en la práctica deportiva.
Otro de
los entrenadores que han sido injuriados estos días ha sido el técnico del
Málaga CF, Juande Ramos por felicitar en una red social (twitter) al Real
Madrid tras conseguir el conjunto merengue el título de campeón del mundo.
El
manchego escribió:” Felicidades al Real Madrid por el Campeonato del Mundo
conseguido hoy y por el impulso que suponen estos títulos para el fútbol
español”.
Este mensaje originó una campaña de improperios en contra de Juande
Ramos en las redes sociales similar en términos degradantes a los esgrimidos para
criticar la actitud de Quique.
Hace años
el filósofo y novelista Albert Camus escribió "Todo cuanto sé con mayor
certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al
fútbol".
Aturdido
y confuso estaría hoy el novelista francés si oteara el desprecio con el que
los aficionados humillan a los profesionales del fútbol por vaguedades.
El fútbol
es un escaparate y, para muchos niños, es un pilar más de su educación.
En un
artículo publicado en el periódico LA VANGUARDIA en 2014 se apuntaba que “el
fútbol ayuda a que los niños interioricen los valores adecuados gracias al
ejemplo que perciben en las personas que son importantes para ellos…. En
ese sentido, respetar al rival, trabajar en equipo, rebajar las frustraciones,
asumir responsabilidades, felicitar al vencedor o la importancia del esfuerzo
son valores que el fútbol aporta a los niños"
Entonces,
cómo explicar el escarnio a que someten sus “forofos” padres a quienes
simplemente muestran en su actitud y comportamientos estos principios. ¿No
mostraron valores de educación, respeto y honestidad Quique y Juande con sus
palabras?
Sí a la
pasión en el fútbol, es su única razón de ser, pero señoras y señores aficionados futboleros,
¿qué nos está pasando?