domingo, 12 de febrero de 2017

UN TE QUIERO A LA ETERNA COMPAÑERA, AMIGA...LA RADIO

      Aquella tarde, mientras Freddie Mercuri entonaba el “All we hear is Radio Gaga, Radio Goo go, Radio Gaga…, Radio Go go, Radio Gaga, Radio what’s new? Radioooo, someone… still loves you?” , ella paró su caminar y se sentó en lo alto de aquella piedra, mientras contemplaba el horizonte que el mar le ofrecía, notó cómo se deslizaba una lágrima por su fría mejilla, ésta abrió el camino a otra a la que sucederían muchas más.

Ella. Era ella ese “someone”, era ella quien todavía, a pesar del tiempo, la gente y el dolor que nombrarla le provocaba, amaba la radio.

Cuando inició su aventura en el mundo del periodismo nunca imaginó que con su limitada tonalidad vocal, los agudos prevaleciendo en su voz y las cacofonías que provocaba la presencia masiva en el sonido de sus cuerdas vocales de los "pitos", llegaría a tener en una emisora de radio su hogar durante casi dos décadas. A ella le gustaba escribir, amaba las letras pero, el destino le tenía otro camino preparado.

Mientras sonaba cada estrofa musical de la "Radio Gaga" de Queen ella no pudo evitar el pellizco en sus entrañas.

Entonces comprendió que la radio la había conquistado mucho antes de que ella sucumbiera hechizada al periodismo radiofónico.

La memoria del corazón la trasladó a su infancia. 


Aquella pequeña radio roja encima de la cómoda de la sala de estar, ésa era la culpable de su enamoramiento. 

Cerró los ojos y con todo detalle rememoró la escena de las tardes de su infancia. Vio a la abuela tejer mientras susurraba las viejas canciones que, inevitablemente, la llenaban de recuerdos, no en vano, el programa se denominaba “Cada canción un recuerdo” y la abuela, con las gafas acopladas a mitad de la nariz, levantaba de vez en cuando los ojos de los innumerables ovillos de lana que acumulaba en la cesta junto a la mecedora,  para pedir “sube la voz, esa canción..”  Y entonces, la abuela evocaba con aquella música de fondo una historia, no el argumento que lanzaba la melodía, sino la suya, su recuerdo. “Esta canción la bailaban en los guateques de casa y un día allí tu padre…..”.

Y así, cada canción se convertía de verdad en un recuerdo para la abuela y en una aventura para los pequeños. 

 Mientras hablaba la abuela, su madre, canturreaba la melodía, sentada tras la máquina de coser, con el pequeño flexo apuntando a la costura repetía  “mamá, déjales de historias que tienen que hacer los deberes”.

Pero, ella, mamá, revivía igualmente con el sonido de aquella canción su propio recuerdo. A veces se sonrojaba, otras se le escapaba alguna lágrima y en ocasiones, hasta balanceaba su cuerpo intentando recordar los pasos de baile que inevitablemente le provocaba la escucha de aquella música.

Desde luego, esas tardes, la radio era mucho más que música. Aunque durante algún tiempo, fuera la enemiga de la chiquillada, deseosa de que se iniciará la programación vespertina de la televisión para sentarse ante la pantalla a cantar las canciones de Gaby, Fofó y Miliki o reír con las aventuras de los Chipiritiflaúticos con Valentina, El capitán Tan y Locomotoro de estrellas.

Pero la radio también los invitaba a reír y soñar.  Era la mejor medicina los días que, por gripe, sarampión, varicela o cualquier enfermedad infantil, dejaban de ir al colegio. No importaban los grados de fiebre, la estancia en casa en horario matinal les permitía escuchar un nuevo capítulo de la Saga de los Porretas. Sin entender el mensaje que emitía el serial radiofónico,  los más menudos de la casa reían con el abuelo Segismundo. Sin apenas comprender los motivos, quedaban embelesados por las peripecias del patriarca de los Porretas y sus rencillas con Candelaria, las travesuras de los nietos o las aventuras que acogía el Casino del Buen Jubilado.

Era difícil seguir la historia pero, solo escuchar los nombres de Avelino, Honorio, Peluchi o la Tía Luzgarda ya provocaba sus risotadas. Eran solo 10 minutos de novela pero, casi valía la pena caer enfermo para pasar ese rato junto al aparato de radio.

Ese mismo aparato que acompañaba a toda la familia las tardes del domingo con los cánticos permanentes de goles, publicidades, concursos….La radio, siempre la radio, la compañera que cantaba Dyango

“El misterio de la noche 

Con sus versos, sus canciones 

Harán que reviva tu esperanza 

La canción que con ternura te canto 



Quiero que no desesperes la belleza de la noche 

Y estos tus amigos de la radio, 

Con canciones te dirán, (que ya pronto volverá) 



Es tu buena compañera, la radio 






Casi cuatro décadas después, sentada a orillas del Mediterráneo, con la mirada perdida  en el horizonte, otorgaba mucho más valor a aquellas viejas historias, tanto como a esos locutores de voz impostada que ofrecían consejos para casi todo y pasaban horas y horas entre silencios y música compartiendo tiempo, momentos…vida.

Una vida que ahora no entendía ella sin la radio, siempre presente en los momentos más importantes de su libro de vivencias. Como aquella tarde cuando, de repente, dejó de sonar la música y comenzaron las marchas militares. Aquella larga noche en que aquel periodista de deportes, que siempre parecía enfadado, narraba cómo se truncaba un golpe de estado en nuestro país.

Con poco más de 10 años, esa noche amó la radio. Desde lo alto de la litera en la habitación que compartía con su hermano, sin entender exactamente qué sucedía alrededor, con la escasa luz de una única bombilla encendida en la sala, no entendía el protagonismo de la radio y la devoción con la que en silencio la contemplaban el abuelo y su madre. Papá había marchado. 

Todavía hoy no sabe dónde fue aquella noche de lucha por la libertad, pero cuando casi amanecía ella se despertó sobresaltada al oírlo entrar en casa. Abrió los ojos. Allí seguían su madre y el abuelo, pero en ese momento apagaron la radio y por la rejilla de la puerta entreabierta  de su habitación vio como sus padres se abrazaban y su padre y el abuelo se fundían igualmente en un abrazo entre lágrimas.

Al día siguiente, en el colegio, la profesora Mercedes no dio ni un minuto de clase, se limitó a contar lo que estaba sucediendo en Madrid, en un lugar donde estaban todos los políticos reunidos. Fue un día diferente, ella recordaba ahora perfectamente la escena.  Todos sentados en sus pupitres resolviendo problemas de matemáticas y ejercicios de lengua y la "seño" insistiendo, a veces con la voz entrecortada por la emoción, “cuando seáis mayores os daréis cuenta que hoy es un día histórico. Hoy ha triunfado la libertad”. Y en medio del aula, la "profe" se paseaba arriba y abajo mientas el centro de su mesa lo ocupaba un viejo transistor al que de vez en cuando, la maestra daba golpes para que volviera a ser audible la narración.

Si antes había sido prisionera de la radio, desde ese momento, el sentimiento era de respeto y confianza. 

Durante la época universitaria disponía ya de su propio transistor. Aquel aparato que se convirtió en su más fiel compañero las tardes y las largas noches de estudio. Allí se aficionó a los programas deportivos nocturnos. En esa misma época descubrió el poder de la palabra, el manejo de los tiempos en las tertulias radiofónicas y la música. Estar al día en casi todo se lo proporcionaba tener la radio conectada toda la jornada.

 Por eso, cuando le anunciaron que había superado el proceso de selección e iba a estar 6 meses becaria en la radio autonómica de su ciudad se emocionó. 

Jamás imaginó que pasaría allí 19 años de vida y que de becaria pasaría a vivir momentos históricos para su ciudad y su país.  Mucho menos podía sospechar que con algunas de aquellas voces que le deslumbraban diseñaría lazos de amistad perenne. Su admiración ante aquellos locutores y locutoras la llevó a participar en varios cursos de educación de voz, contratar clases con reputadas logopedas de la ciudad, pero desistió cuando aceptó que jamás tendría la sonoridad de aquellas personas cuya voz idolatraba.

Ahora lejos de aquellos momentos, pero cerca de las emociones sentidas. Hoy, fuera de aquella emisora que fue su hogar durante media vida, amaba más que nunca la radio. Su radio. Esa que ya no existía pero que seguía viva en su interior, aunque el edificio que la albergaba andara ahora desangelado, con grafitis en la puerta y sin la luz que le hacía brillar pero que a ella seguía pellizcándole el corazón cada vez que le era inevitable pasar por ese lugar.

En ese momento volvió a la realidad, se secó sus lágrimas, suspiró, se espolsó la arena, miró al horizonte y acompañó a Freddie Mercury en aquella última estrofa:

Lets hope you never leave old friend

like all good things

on you we depend

so stick around

cause we might miss you

when we grow tired

of all this visual

all we hear is

radio ga ga

radio goo goo

radio ga ga

all we hear is

radio ga ga

radio ga ga

radio whats new?

radio, someone still loves you!





Y emocionada, siguió hasta casa, caminaba despacio. Sacó la pequeña radio del bolsillo y la apretó fuerte entre sus manos. “Te quiero… RADIO...amiga, compañera, vida....RADIO.

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