Tras
varios intentos, por fin el día. Llegó el momento de afrontar mi primera
entrevista de trabajo. La estabilidad
laboral que, otrora disfruté, hacía que éste fuera mi primer interviú desde
hace varios lustros, por lo que, los nervios estaban en pleno apogeo.
Repasé
todos los consejos esgrimidos en infinidad de plataformas de internet.
Neutralidad en la elección de la vestimenta; actitud positiva; apretón de manos
sin tibiezas, suave pero firme; atención máxima en el lenguaje corporal, no encorvar hombros,
mantener el contacto visual, mostrarse tranquilo y relajado, adecuar el tono de
voz, intentar empatizar, poner en órbita
las neuronas espejo….
¡¡Ufff!
Había repasado todos los post que durante los últimos meses leí solo por
curiosidad que casi los tenia memorizados en mis surcos cerebrales. Eso sí, antes de repasar los
artículos-consejos estuve escudriñando a fondo el perfil en redes, no solo la
empresa, sino también la persona con la
que debía reunirme.
En
un principio dudé de indagar en la nube pero, ¡qué caray! convencida como
estaba que el entrevistador habría hecho lo propio con mi marca, por qué no
estudiar el perfil de quien debía recibirme.
Confieso
que pasé la mañana inquieta, la noche había dormido poco así que, sin exceso de
maquillaje pero sí con un buen reduce-ojeras logré enmascarar mi cansancio. (Tenemos
que reconocer que las mujeres tenemos un importante aliado en el maquillaje,
hacer un correcto uso de él es una destreza inefable).
Sin
embargo, he de reconocer que comí poco y que me cambié hasta 3 veces de ropa.
Mi vestido rojo talismán lo descarté sin probármelo, el rojo está prohibido en
una entrevista, demasiada seguridad, debía utilizar color neutro. Probé con el
negro de fondo de armario pero, también siguiendo los consejos de decoro, el
escote, aunque enseñaba poco, intuía bastante con leves transparencias. Eliminado.
Pasamos
al pantalón. Los consejos desechaban el
vaquero como vestimenta. Me dolió, siempre había sido mi prenda fetiche. Con el
armario patas arriba apareció el clásico pantalón recto, la dicotomía era él o
las mallas. Uno demasiado ancho, pasado de moda diría yo, me veía marujona y
los pantalones pitillos podrían ser poco decorosos, porque te sientan como un
guante pero marca todas las curvas.
Una
hora para la entrevista y yo sin vestir. Finalmente me decido por el vaquero, al
fin y al cabo, lo más importante era estar cómoda y no me apetecía ir disfrazada.
Así que el collar, el foulard y mis complementos también iban a venir conmigo.
Digan lo que digan las consejeras fashion, no estaba dispuesta a perder mi
personalidad. Al fin y al cabo, si conseguía el puesto sería imposible actuar
todo el día, todos los días.
Con
tiempo suficiente para llegar en el horario concertado salí de casa con mi
carpeta llena de papeles, curriculum completo, muestra de mis trabajos,
curriculum reducido, tarjetas de visita…sí estaba todo.
Llegué
solo 10 minutos antes de la hora concertada a la puerta de la oficina. Aparqué
a la primera, a pesar de la dificultad de la zona. Buena señal. Actitud
positiva. Toqué el timbre, me atendió una rubia nada discreta, más bien lo contrario,
suéter rojo y escotado, maquillaje cuidado pero completo, raya, sombra, labios….
Un
mal augurio se me cruzó por la mente. No iba a estar al nivel. Luego fruncí el
ceño, se pasó por la cabeza el otro yo que me gritaba por qué narices las
mujeres seguimos en pleno siglo XXI pendientes del continente en lugar del
contenido. Será quizás que, tal vez, solo tal vez, ¿somos nosotras mismas las
machistas con autocensuras propias de mentalidades rancias?.
Muy
amablemente me pasearon por un largo pasillo para dejarme en una sala que
parecía más el salón de espera para una cita médica que una oficina. Se abrió
la puerta, oí mi nombre y de un salto me puse en pie. Pronto, templé el
nerviosismo y frené el paso, ha de ser firme y seguro pero no ansioso, la frase
me vino de pronto a la mente. Tanto leer cómo afrontar una entrevista de
trabajo y lo único que había conseguido era que durante todo el día, se pasearan
por mi mente infinidad de frases hechas que debió memorizar mi subconsciente.
El
entrevistador era exactamente como aparecía en su Facebook, sin embargo, su
vocabulario no era tan cuidado como el de sus tuits, ¿tendrá un community
manager que cuide su marca personal?
Uno
a uno fue repasando mis estudios y experiencias. No saqué ni un papel de la
cartera. Las preguntas parecían sencillas y muy típicas. ¿Por qué quieres
trabajar con nosotros? ¿Qué cualidades aportarías?, Perfecto, había estudiado
las respuestas y, a pesar de la familiaridad con que me intentaba tratar el
entrevistador yo no abandoné el trato de usted en ningún momento.
Paró
unos instantes en mi fecha de nacimiento. La repitió en voz alta. ¿1970?,
asentí con la cabeza. “no lo aparentas por ningún lado”. Contesté con un tenue “gracias”,
dubitativa si era una valoración positiva o negativa para el cargo.
Tras
casi 20 minutos que me parecieron 20 días, me respondió de la única forma que
no estaba preparada para escuchar:
“Yolanda,
tu curriculum es estupendo, pero siento
comunicarte que estás demasiado formada para el puesto que requerimos”.
No
pude evitar arquear las cejas en señal de sorpresa. El entrevistador se percató
y siguió con su razonamiento:
“Te
hemos convocado para conocerte personalmente y comunicarte que te incluiremos
en nuestra base de datos porque tus capacidades son muy completas, pero, en
estos momentos, no tenemos vacío el cargo de dirección general,…jejeje… solo
queremos una recepcionista”.
La
risa con la que esgrimió la frase la recibí como un golpe seco en la boca del
estómago. No recuerdo exactamente cómo fue la despedida. Mi mente repetía una y
otra vez, “demasiado formada para el puesto”, “demasiado completo tu cv” “demasiado
formada para el puesto”…..
Al
llegar al coche, (no recuerdo muy bien cómo llegué ni cómo salí exactamente de
aquella oficina) suspiré y dejé caer mi cabeza sobre el volante. Me cayó una
lágrima a la que siguió un sollozo infantil, “demasiado formada”. Entonces para qué la entrevista, para qué una
noche sin dormir, para qué tantos nervios…
Tras
unos minutos de desasosiego puse rumbo a casa. El móvil sonaba, una y otra vez.
Era el tono del washap, pero no me encontraba con ánimo de responder y tampoco
estaba como para jugarme una multa por atender al teléfono mientras conducía.
Entré
en casa, tiré la chaqueta sobre la cama y encendí el ordenador. Comencé a
eliminar cursos y experiencia del curriculum. La próxima vez me podrán volver a
dar calabazas pero no lo harán por un “demasiado formada”.
(ESTE ARTÍCULO ESTÁ PUBLICADO EN MI BLOG DE WOMENALIA: Cómo superar los 45 en busca de trabajo, ser mujer, profesional, independiente y no morir en el intento.)