¿Cómo se plasma en palabras la
emoción desbordada?, ¿Cómo se reflejan con letras los pellizcos en el corazón?
No, el fútbol no es el deporte
más completo; no es el mejor ejemplo de valores; no está singularizado por su
honestidad; no dispone de la dignidad ni ética de otros deportes; pero, lo
siento, en estos momentos, todavía con el corazón desbocado, la emoción
contenida y alguna lágrima deslizando sobre la mejilla, no puedo más que decir
que ¡¡¡VIVA EL FÚTBOL!!!
Hoy, no puedo (ni quiero)
recordar los factores que envilecen una ilusión, una pasión, un sentimiento…,
porque hoy, 29 de abril de 2017, solo (y todo) ESO es lo único que siento al
escribir la palabra FÚTBOL tras vivir el ascenso a Primera División del Levante
UD en mi campo que es mi casa y junto a mi gente.
En esta tarde de nervios, ilusión,
angustia y júbilo final, el Levante UD ha rubricado un ascenso histórico,
porque como historia quedará reflejada en
los libros una temporada futbolística repleta de récords estadísticos. Los
analistas escribirán sobre un equipo, un cuerpo técnico, una secretaria técnica
y los gestores de un club que ha logrado eso tan difícil de volver a Primera al
año siguiente de vivir el infierno de un descenso.
Sin embargo, para servidora, éste,
el cuarto ascenso en el s. XXI del Levante UD a la élite del futbol nacional,
será para siempre MI ASCENSO.
La suerte de poder desempeñar
durante dos décadas mi profesión de periodista en la siempre añorada Ràdio 9,
me había regalado vivir aquel ascenso de Xerés de 2004 (Ay, Manolo Preciado,
imposible borrar del corazón tu recuerdo esta noche, porque Manolo, ¡contigo
empezó todo!) desde la pecera de la emisora autonómica. Con mis hermanos en la
ciudad andaluza y mis padres ante el televisor, disfrutaba como profesional,
pero como aficionada sentía el vacío que solo te llena el abrazo de tus seres
más queridos en momentos de dicha.
El destino quiso que el ascenso
de 2006 sí viviera la vuelta a la élite
del Levante UD en el lugar de los hechos, en Lleida. Tenía cerca a mis hermanos,
pero otra vez estaba trabajando y debía intentar conjugar emoción y
profesionalidad ante la autoexigencia que considero lleva implícita el
ejercicio digno del periodismo.
En 2010, de nuevo mientras mi
familia saltaba emocionada en el Ciutat de València gracias al enorme trabajo
de otro grande, DON Luis García Plaza y su equipazo de granotas con Vicente
Iborra, Héctor Rodas o Sergio Ballesteros entre ellos, yo jugaba entre la dicotomía
de la profesionalidad y la subjetividad de aficionada emocionada desde la sede
de Ràdio 9 en la Avenida Blasco Ibáñez.
Desde ese día han pasado muchas
cosas. Me han pasado muchas cosas, como al Levante UD y más o menos como a todo
ser que cohabita en este cambalache que está siendo el arranque del siglo XXI.
La vida transcurre demasiado rápido, los hechos devoran ilusiones, inesperadamente
se rompen senderos que creías iluminados, surge la necesidad de dar giros
imprevistos a tu camino... Sí, el
destino, siempre irónico y juguetón, te apremia a afrontar de sopetón hechos,
situaciones o momentos para seguir guerreando por vivir con dignidad.
Aunque siempre hay un punto de
inflexión que te llena de dicha el corazón para sentir eso tan difícil de
mantener y definir como es la FELICIDAD. Quizás por eso hoy, los granotas nos
hemos sentido enormemente felices.
Yo he sido inmensamente feliz de
vivir junto a mis padres y mis hermanos, solo unas localidades más allá de las
que ocupábamos durante nuestra infancia, esta tarde de gloria levantinista con
mi bufanda “al vent” como simple aficionada.
Esta vez, los Damià no teníamos
cerca a nuestros otrora vecinos de localidad, el periodista Vicente Furió, el
expresidente Juanjo Murria o el siempre añorado (este ascenso también va por ti
Salva), Salva Regües. Hoy teníamos
junto a nosotros a cuatro renacuajos entre 9 y 5 años que llevan la sangre
azulgrana de nuestros genes y que han vivido, botado y mirado sorprendidos
nuestras lágrimas deslizarse entre abrazos mientras les intentábamos explicar
que hoy, esas lágrimas, eran de alegría, de felicidad y del orgullo que
significa sentir lo “grande que es ser pequeño”.
Como mi familia, he visto hoy
muchas familias, vecinos y amigos llorar con sus hijos. Porque aquellos
centenares que íbamos al Nou Estadi hace 30-40 años hemos crecido y tenemos el
orgullo de tener descendientes que han querido profesar la religión
levantinista, que diría Vázquez Montalbán.
Los granotas hemos recordado que
se puede ser muy grande siendo pequeño y que solo se es merecedor de la dicha
si eres fiel a unos principios. Hoy el Levante no ha conseguido un ascenso, ha
recuperado algo mucho más importante: la dignidad, la nobleza y la humildad.
Convivir en la élite durante
cinco temporadas nos obnubiló. Nos creíamos los más guapos, los más listos, los
más inteligentes y no nos percatábamos que, cuanto más alto subíamos, más nos
estábamos alejando de la honestidad y el catálogo de valores de un equipo que
nació en un barrio de pescadores, que ganó una Copa (no reconocida por la RFEF,
sí por las Cortes) en plena contienda civil, que navegó durante décadas con el
“yunque de la adversidad” como lastre y
que, por intereses de esos que envuelven el fútbol, la sociedad, la política y
la economía, ha sido “exiliado” de sus raíces hasta en 2 ocasiones.
La primera
de ellas en 1939 cuando el Levante FC abandona el Distrito Marítimo que lo
nutría de afición y futbolistas del Cabanyal, Canyamelar y Grao para unirse al,
por aquellos años, equipo noble de la ciudad, el Gimnástico, para formar el
LEVANTE UD. La segunda llegó a finales de los años 60 cuando, tras pasar por
primera vez por Primera División, el ya
consolidado Levante UD otra vez es obligado a marchar de donde había conseguido
anclar raíces junto al cauce del Turia hasta un barrio emergente en un estadio
que se erigió rodeado de huerta, matorrales y acequias.
Allí, en el otrora Nou Estadi,
hoy Ciutat de València del entrañable barrio de Orriols, el Levante UD deambuló
herido durante décadas por categorías inferiores, pero siempre con el orgullo
de ser una entidad singular, sin una masa social numerosa, pero sí con un vademécum
de valores que engrandecían el sentimiento de pertenencia a un club humilde,
pequeño, familiar, noble…puro. En aquellos años 70 y 80 éramos felices por
ganar un campeonato estival a conjuntos de localidades como Alzira, Torrent,
Xàtiva, Ontinyent o Alcoi. Intentar llegar a la categoría de plata era un
sueño, imaginarse en la élite una utopía.
Aquel equipo sufridor crecía de
forma comedida; aunque alguna vez se revistió de soberbia y altanería (como
cuando se consiguió el fichaje de Johan Cruyff) y fue castigado
futbolísticamente con descensos, socialmente con desplantes y económicamente
con angustias y abandonos del capital de la ciudad a la que representaba.
Sin embargo, los que vivimos
aquellos años en el Nou Estadi nos formamos futbolísticamente con el
sentimiento de pertenencia a una tribu histórica, íntegra, digna. Estábamos
orgullosos de ser pequeños y, a la vez, ser tan grandes en sentimiento y
nobleza.
Todo eso es lo que hoy ha recuperado
el Levante UD y todos los granotas. Tal vez necesitábamos el dolor de un
descenso en una temporada horrenda para que la catarsis nos permitiera abrir
ventanas, mirar atrás y coger la limpia brisa mediterránea de nuestras raíces
para recuperar nuestra singularidad,
nuestra honorabilidad, nuestro equipo, nuestra entidad, nuestro LEVANTE
UD, ése que la próxima temporada volverá a jugar en la élite del fútbol
nacional.
A veces la vida te regala una
nueva oportunidad, aferrémonos a ella, miremos al futuro con esperanza, pero
sin olvidar que solo gozaremos de una deleitosa perspectiva si somos leales a
nuestra propia identidad.
Artículo Publicado el Domingo 30 de Abril en http://www.hortanoticias.com/