No lo hagas. Ya no hay remedio ni posibilidad de cambio a
todo lo acontecido en 2017. No saques del cajón lo que no merece guardarse en
el olvido, no recrees aquel instante de felicidad desde la añoranza, no llores
por lo perdido, no abras las heridas, has escalado una muy alta montaña, has
podado los brotes dañinos, has sembrado nuevas semillas donde solo se divisaba
un erial…
Sin embargo, aquí estamos otro 31 de diciembre empeñados en
hacer balance de los últimos 365 días vividos, cuando intentar remediar el
pasado es un ejercicio estéril que solo llena de desasosiego el alma.
Si paseas por el desván del ayer irremediablemente hallarás lágrimas.
Algunas serán de alegría surgidas tras haber alcanzado aquel anhelo, experimentado
ese momento de dicha, vivido aquel instante de placer, logrado un abrazo
espontáneo, robado un beso sincero, descubierto un gesto tembloroso…; aunque habrá otras emociones que llevarán implícitas sollozos, pellizcarán el corazón por la
ausencia añorada, ese objetivo no
conquistado, aquella muralla no derrumbada, el vacío no ocupado, el hábito quebrado...
No, nunca es bueno mirar atrás con nostalgia, porque la
evocación ubica los temores por delante de las pasiones. No importa que el
recuerdo ordene en positivo lo acontecido en un año de vida, la memoria está
por igual tan impregnada de alegría como envilecida de aflicción. Los
sentimientos nunca se perciben en la nostalgia como sucedieron en la realidad.
En la travesía de doce meses hay que superar varias tormentas y algunos
anticiclones para continuar navegando, conscientes que nunca dejamos de crecer
de la misma forma que cada día aprendemos que algo va llevándose cada ola para
morir en la orilla.
Sin embargo, afrontar el mañana supone que habrá que cargar
de ilusión las alforjas dejando al margen la zozobra que origina la emoción del
pasado para avivar el fuego que nos permita crear nuevas pasiones, no bajar los
brazos ante la incertidumbre de un futuro por erigir y no rendirnos por la
dificultad y los argumentos que nos invitan a naufragar.
Pero para ello hemos de atrevernos a mirar al presente y ver
que el sol brilla en lo alto y, con esa luz que deslumbra nuestro paisaje en
este nuevo amanecer, aventurarse a forjar nuevas ganas de volar, ambicionar sueños,
gestar ansias que no malgasten pasiones, inventar deseos, construir esperanzas,
concebir quimeras, fabricar ilusiones…
Seamos valiente, que no nos arrastre la inquietud, porque construido
el ayer, el reto es diseñar la aurora del mañana con el desafío de atreverse a buscar
nuevos refugios, decirle adiós al olvido, enterrar lo que la rutina mató, entregarse
a quien y a lo que siempre aparece cuando no hay salida, engancharse a la
esperanza, buscar el calor que derritió el hielo de aquellos falsos elogios,
encerrarse en los brazos que siempre están abiertos, abandonar lo que fue y
salvar lo que permitirá concebir un nuevo viaje para soñar, ofrecer, entregar,
proponer y desear…
Solo así, dentro de 365 días al volver a subir al desván
podremos comprobar que, a veces, la utopía no es una quimera sino la locura de
confiar en todo aquello que hoy parece una fábula.