domingo, 31 de diciembre de 2017

BALANCEANDO UN 31 DE DICIEMBRE

No lo hagas. Ya no hay remedio ni posibilidad de cambio a todo lo acontecido en 2017. No saques del cajón lo que no merece guardarse en el olvido, no recrees aquel instante de felicidad desde la añoranza, no llores por lo perdido, no abras las heridas, has escalado una muy alta montaña, has podado los brotes dañinos, has sembrado nuevas semillas donde solo se divisaba un erial…

Sin embargo, aquí estamos otro 31 de diciembre empeñados en hacer balance de los últimos 365 días vividos, cuando intentar remediar el pasado es un ejercicio estéril que solo llena de desasosiego el alma.

Si paseas por el desván del ayer irremediablemente hallarás lágrimas. Algunas serán de alegría surgidas tras haber alcanzado aquel anhelo, experimentado ese momento de dicha, vivido aquel instante de placer, logrado un abrazo espontáneo, robado un beso sincero, descubierto un gesto tembloroso…; aunque habrá otras emociones que llevarán implícitas sollozos, pellizcarán el corazón por la ausencia añorada,  ese objetivo no conquistado, aquella muralla no derrumbada, el vacío no ocupado, el hábito quebrado...


No, nunca es bueno mirar atrás con nostalgia, porque la evocación ubica los temores por delante de las pasiones. No importa que el recuerdo ordene en positivo lo acontecido en un año de vida, la memoria está por igual tan impregnada de alegría como envilecida de aflicción. Los sentimientos nunca se perciben en la nostalgia como sucedieron en la realidad. En la travesía de doce meses hay que superar varias tormentas y algunos anticiclones para continuar navegando, conscientes que nunca dejamos de crecer de la misma forma que cada día aprendemos que algo va llevándose cada ola para morir en la orilla.

Sin embargo, afrontar el mañana supone que habrá que cargar de ilusión las alforjas dejando al margen la zozobra que origina la emoción del pasado para avivar el fuego que nos permita crear nuevas pasiones, no bajar los brazos ante la incertidumbre de un futuro por erigir y no rendirnos por la dificultad y los argumentos que nos invitan a naufragar.


Pero para ello hemos de atrevernos a mirar al presente y ver que el sol brilla en lo alto y, con esa luz que deslumbra nuestro paisaje en este nuevo amanecer, aventurarse a forjar nuevas ganas de volar, ambicionar sueños, gestar ansias que no malgasten pasiones, inventar deseos, construir esperanzas, concebir quimeras, fabricar ilusiones…

Seamos valiente, que no nos arrastre la inquietud, porque construido el ayer, el reto es diseñar la aurora del mañana con el desafío de atreverse a buscar nuevos refugios, decirle adiós al olvido, enterrar lo que la rutina mató, entregarse a quien y a lo que siempre aparece cuando no hay salida, engancharse a la esperanza, buscar el calor que derritió el hielo de aquellos falsos elogios, encerrarse en los brazos que siempre están abiertos, abandonar lo que fue y salvar lo que permitirá concebir un nuevo viaje para soñar, ofrecer, entregar, proponer y desear…

Solo así, dentro de 365 días al volver a subir al desván podremos comprobar que, a veces, la utopía no es una quimera sino la locura de confiar en todo aquello que hoy parece una fábula.

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